miércoles, 9 de julio de 2014

SEIS MINUTOS PARA ACABAR CON UN SUEÑO SE 64 AÑOS

Hacía hora y media que el histórico partido había terminado en Belo Horizonte, y cientos de hinchas alemanes seguían cantando en las gradas. Cada poco, un grupo de jugadores de la Mannschaft salía del vestuario e iba hasta el césped, para animar la fiesta.

Thomas Mueller, autor del primer gol, ya se había duchado, y entre la tercera y cuarta entrevistas de la noche comía macarrones con salsa de tomate en un plato de plástico. Mientras todo eso ocurría, en el vestuario brasileño no se registraban movimientos. No salía nadie. Luiz Felipe Scolari ya había vuelto de la conferencia de prensa, pero nadie parecía estar aún listo para intentar describir lo sucedido en el Mineirão.

Aunque había en juego una semifinal, quizás fuese también el día en que Brasil estaba sometido a una menor presión externa. Al fin y al cabo, con las bajas de su capitán, el sancionado Thiago Silva, y su gran estrella, el lesionado Neymar, sería una locura pensar que la hinchada considerase una obligación vencer a la temible Alemania, como sí había sucedido ante Chile y Colombia. Por lo tanto, en el frente externo todo estaba controlado. El problema fue la presión —por no decir combustión— interna. Y la rapidez con que se produjo.
Cuando los futbolistas brasileños decidieron al fin intentar explicar algo, los resultados eran lógicamente dispares: elogios a la calidad de Alemania, consideraciones sobre el carácter atípico y único de la contienda, descripciones de lo que sintieron durante los seis minutos… Casi no había lágrimas, solo miradas vacías. Más que dolorosa, la derrota parecía haber sido anestésica.

Podemos elegir distintos enfoques para narrar la eliminación de la selección brasileña: la derrota más avasalladora que ha sufrido nunca, la semifinal de la Copa Mundial de la FIFA™ más desigual de todos los tiempos o el fin del camino hacia el sexto título mundialista. Fue todo eso, y un puñado de cosas más. Y casi todo, básicamente, surgió entre las 17:23 y las 17:29 del 8 de julio de 2014: unos minutos que suenan con fuerza para convertirse en los más trágicos de la historia de la Seleção.

En el tiempo transcurrido entre el segundo gol, de Miroslav Klose, y el quinto, obra de Sami Khedira, Alemania mostró gran parte de la habilidad y el toque de balón que habían hecho de ella una de las favoritas de la Copa Mundial de la FIFA desde el principio, es cierto. Pero todo ello se vio potenciado por un proceso de autocombustión interna, que llegó incluso a la desesperación.

O como quiera que se pueda llamar eso que, después del encuentro, ningún brasileño acertaba a explicar. “No supimos reaccionar en ese momento, el del fallo”, admitió el seleccionador Luiz Felipe Scolari, definiendo así, como “fallo” —también usó el término “trastorno”— esos seis minutos. “Cuando recibimos esos goles seguidos, supe que ya no habría manera de levantarlos”.

Era cierto
“Es difícil encontrar alguna explicación. Nadie esperaba que sucediese eso en ese periodo, en el que recibimos cuatro goles. A ellos todo les salió bien, y a nosotros todo mal”, intentó explicar Willian a la FIFA, intercalando cada media frase con una respiración pesada. “Todavía estamos todos intentando entenderlo. Pero creo que se trata de eso: en el fútbol a veces hay cosas que no tienen explicación”.

Si en aquel momento, más de dos horas después de que acabase el partido, pensaban todo eso, traducido en una lectura algo abstracta de la catástrofe, ¿qué podemos decir entonces de lo que ocurrió durante el propio encuentro? Porque una cosa es oír el pitido final y venirse abajo por una derrota, y otra muy distinta es pasar más de una hora de partido sabiendo que ya está decidida, y que nada se puede hacer para evitar que sea estrepitosa.

“Una derrota siempre es una derrota, pero de esta forma duele más”, contó David Luiz a la FIFA, con los ojos llenos de lágrimas. No se refería tanto al marcador como al modo en que se construyó, prolongando una tristeza que era casi tortura. “Es muy duro que todo se produjese en seis minutos, y tener que seguir luchando después hasta el final, sabiendo que es casi imposible. Yo pensaba: si esto es un sueño, quiero que se acabe ya”.

El sueño no terminó, al menos no la pesadilla que David Luiz y todo Brasil imaginaban estar viviendo. Únicamente duró unos minutos, pero fue lo bastante real como para acabar con otro: el de ser campeón del mundo en casa después de aquella catástrofe deportiva 64 años. Y hasta ahora nadie sabe decir cómo ni por qué ha sido.

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